Por Carlos Balbuena
De Tarantino, y de Pulp Fiction en particular se ha dicho de todo, para bien o para mal, y casi siempre exageraciones. No creo (y esta es una de las más habituales exageraciones cuando se trata de hablar de Pulp Fiction) que Tarantino haya redefinido el cine del siglo XX con esta película. ¿Cuántos antes que él lo definieron y redefinieron una y otra vez hasta acabar por devaluar los conceptos de definición y redefinición? Lo que sí hemos de reconocerle a Tarantino, sin embargo, es el haberse convertido en el icono de una cierta postmodernidad cinematográfica, en la cabeza visible de una generación de cineastas cuyo principal activo, por pura acumulación de generaciones (ya teníamos esto en la generación de De Palma, Scorsese o...... Wenders; ¡cuánto más en la de Tarantino!) es la ingente cantidad de referentes que manejan, no solamente cinematográficos, sino culturales en un sentido amplio; referentes que van desde las formas más elitistas del arte hasta las más populacheras formas de expresión, y que, por lo tanto, son capaces de conectar con las expectativas de un mayor abanico de espectadores. Pero Tarantino no es solamente el referente para un público más o menos joven, ávido de un entretenimiento que encaje bien con sus renovados intereses, lo es también para sus compañeros de generación y, sobre todo, para los cineastas que han ido surgiendo en los últimos cinco años. Se ha convertido en una especie de gurú al compás de cuyos hallazgos bailan todos los demás. Y, qué duda cabe, Pulp Fiction es su Biblia, la Verdad absoluta del cine contemporáneo. Pero... ¿redefinir el cine?, eso son palabras mayores. Quedémonos (y no es poco) con que ha conseguido popularizar la redefinición del cine que había empezado unas pocas décadas antes.
Tarantino es, sobre todo, quizás antes que cineasta, un auténtico cinéfilo, un espectador indiscriminado, una rata de videoclub, de cineclub y de televisión, un devorador de cultura popular, que ha crecido como espectador aprendiendo a respetar absolutamente todo lo que le pasaba por delante de los ojos. Eso le ha convertido en una auténtica base de datos andante y pensante que, una vez convertido en cineasta ha sido capaz de escupirlo todo, casi a la manera de un Pollock del celuloide, construyendo, a base de pastiches referenciales, un potente discurso postmoderno que reflexiona (voluntariamente o no, eso es irrelevante) sobre la propia postmodernidad. En pocos cineastas contemporáneos como en Tarantino el discurso y su forma se dan la mano con tal convicción. Pulp Fiction, como antes lo había sido Reservoir Dogs (1992), después lo han sido Jackie Brown (1997) (con la que Pulp Fiction tiene mucho más que ver de lo que se suele decir) y Kill Bill (2003), y ahora lo está siendo Grindhouse (2007) (y digo Grindhouse y no Death Proof, porque el proyecto entero apesta a Tarantino), es exactamente eso: un artefacto de incontinencia referencial, cuyos retales están zurcidos con el asombroso talento de un narrador convencido de que, no solamente no hay nada nuevo que decir y de que el único discurso posible es a través de la revisión, de la reelaboración de lo ya dicho por otros o por uno mismo, sino de que es imprescindible reivindicar incluso la cultura más aparentemente insignificante, peregrina o de baja estofa. Así, Tarantino, le dedica una película entera a la memoria de uno de los principales exponentes de esa cultura populachera de la que él se había alimentado: la literatura pulp. Pulp, término del que la película presenta dos acepciones: 1. Masa blanda, húmeda e informe, exactamente igual que la estructura de la película, tan maleable, tan escurridiza, tan pulp; y también la misma masa blanda, húmeda e informe que se desparrama por la película en cantidades ingentes. 2. Revista o libro de temática escabrosa que suele imprimirse en papel basto y mal acabado: ¿Les suena?. La película toma conciencia, pues, de lo que es: un cómic sangriento cuya pulpa se extrae de la mejor tradición de la cultura popular, y nos lo dice desde el mismo título y, más allá, en la explicación posterior a la aparición del título. Tarantino nos pone en antecedentes de cuales son sus intenciones y de qué tipo de película ha pretendido hacer. Y exactamente eso es la película, una novela pulp filmada: mafiosillos de quinta categoría, putas venidas a más, chulos horteras, heroinómanos con pedigrí y boxeadores venidos a menos; ambientes marcadamente pop, fuera de contexto, pero que aluden directamente al imaginario colectivo más popular; situaciones violentas llevadas al paroxismo estilizado que hasta entonces sólo habían encontrado su sitio en el cómic; conversaciones que giran entorno a temas absolutamente banales, pero de interés casi antropológico; una banda sonora tan heterogénea y dispersa como esa masa blanda, húmeda e informe a la que alude el término pulp. Y por si todo esto fuera poco, Tarantino desempolva a otro auténtico icono del imaginario colectivo (Travolta/Manero, claro) prestigiándole y regalándole una especie de segunda juventud sin sacarle de la pista de baile. Todo auténtico y genuino pulp.
Elogio nada disimulado a la cultura de masas, a la cultura popular, al lado miserable del género negro, Pulp Fiction es lo que es porque Tarantino adora con igual intensidad a Robert Aldrich que a Godard, a Elmore Leonard que a Albert Camus, a Don Siegel que a Scorsese, a Fuller que a Melville, a john Woo que a Sonny Chiba, a Kung Fu que a Atack of The Crac Monster, a Marilyn Monroe que a Mammy Van Doren, a Elvis que a Chuck Berry, y no se avergüenza de ello, ni tiene pudor en ”robarles” el alma para incluirla en su película y hacer de ella un producto genuinamente tarantino.
De Tarantino, y de Pulp Fiction en particular se ha dicho de todo, para bien o para mal, y casi siempre exageraciones. No creo (y esta es una de las más habituales exageraciones cuando se trata de hablar de Pulp Fiction) que Tarantino haya redefinido el cine del siglo XX con esta película. ¿Cuántos antes que él lo definieron y redefinieron una y otra vez hasta acabar por devaluar los conceptos de definición y redefinición? Lo que sí hemos de reconocerle a Tarantino, sin embargo, es el haberse convertido en el icono de una cierta postmodernidad cinematográfica, en la cabeza visible de una generación de cineastas cuyo principal activo, por pura acumulación de generaciones (ya teníamos esto en la generación de De Palma, Scorsese o...... Wenders; ¡cuánto más en la de Tarantino!) es la ingente cantidad de referentes que manejan, no solamente cinematográficos, sino culturales en un sentido amplio; referentes que van desde las formas más elitistas del arte hasta las más populacheras formas de expresión, y que, por lo tanto, son capaces de conectar con las expectativas de un mayor abanico de espectadores. Pero Tarantino no es solamente el referente para un público más o menos joven, ávido de un entretenimiento que encaje bien con sus renovados intereses, lo es también para sus compañeros de generación y, sobre todo, para los cineastas que han ido surgiendo en los últimos cinco años. Se ha convertido en una especie de gurú al compás de cuyos hallazgos bailan todos los demás. Y, qué duda cabe, Pulp Fiction es su Biblia, la Verdad absoluta del cine contemporáneo. Pero... ¿redefinir el cine?, eso son palabras mayores. Quedémonos (y no es poco) con que ha conseguido popularizar la redefinición del cine que había empezado unas pocas décadas antes.
Tarantino es, sobre todo, quizás antes que cineasta, un auténtico cinéfilo, un espectador indiscriminado, una rata de videoclub, de cineclub y de televisión, un devorador de cultura popular, que ha crecido como espectador aprendiendo a respetar absolutamente todo lo que le pasaba por delante de los ojos. Eso le ha convertido en una auténtica base de datos andante y pensante que, una vez convertido en cineasta ha sido capaz de escupirlo todo, casi a la manera de un Pollock del celuloide, construyendo, a base de pastiches referenciales, un potente discurso postmoderno que reflexiona (voluntariamente o no, eso es irrelevante) sobre la propia postmodernidad. En pocos cineastas contemporáneos como en Tarantino el discurso y su forma se dan la mano con tal convicción. Pulp Fiction, como antes lo había sido Reservoir Dogs (1992), después lo han sido Jackie Brown (1997) (con la que Pulp Fiction tiene mucho más que ver de lo que se suele decir) y Kill Bill (2003), y ahora lo está siendo Grindhouse (2007) (y digo Grindhouse y no Death Proof, porque el proyecto entero apesta a Tarantino), es exactamente eso: un artefacto de incontinencia referencial, cuyos retales están zurcidos con el asombroso talento de un narrador convencido de que, no solamente no hay nada nuevo que decir y de que el único discurso posible es a través de la revisión, de la reelaboración de lo ya dicho por otros o por uno mismo, sino de que es imprescindible reivindicar incluso la cultura más aparentemente insignificante, peregrina o de baja estofa. Así, Tarantino, le dedica una película entera a la memoria de uno de los principales exponentes de esa cultura populachera de la que él se había alimentado: la literatura pulp. Pulp, término del que la película presenta dos acepciones: 1. Masa blanda, húmeda e informe, exactamente igual que la estructura de la película, tan maleable, tan escurridiza, tan pulp; y también la misma masa blanda, húmeda e informe que se desparrama por la película en cantidades ingentes. 2. Revista o libro de temática escabrosa que suele imprimirse en papel basto y mal acabado: ¿Les suena?. La película toma conciencia, pues, de lo que es: un cómic sangriento cuya pulpa se extrae de la mejor tradición de la cultura popular, y nos lo dice desde el mismo título y, más allá, en la explicación posterior a la aparición del título. Tarantino nos pone en antecedentes de cuales son sus intenciones y de qué tipo de película ha pretendido hacer. Y exactamente eso es la película, una novela pulp filmada: mafiosillos de quinta categoría, putas venidas a más, chulos horteras, heroinómanos con pedigrí y boxeadores venidos a menos; ambientes marcadamente pop, fuera de contexto, pero que aluden directamente al imaginario colectivo más popular; situaciones violentas llevadas al paroxismo estilizado que hasta entonces sólo habían encontrado su sitio en el cómic; conversaciones que giran entorno a temas absolutamente banales, pero de interés casi antropológico; una banda sonora tan heterogénea y dispersa como esa masa blanda, húmeda e informe a la que alude el término pulp. Y por si todo esto fuera poco, Tarantino desempolva a otro auténtico icono del imaginario colectivo (Travolta/Manero, claro) prestigiándole y regalándole una especie de segunda juventud sin sacarle de la pista de baile. Todo auténtico y genuino pulp.
La literatura del agotamiento. Molt bon article la veritat
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